miércoles, 26 de agosto de 2009

CALIDAD EDUCATIVA

Deslinde de la clase política y sindical por la ínfima calidad educativa

México, el 30 de la lista de 30 de la OCDE en el rubro

Carlos Fernández-Vega
De la ínfima calidad educativa que registra el país, que lo ubica en el último lugar de las naciones integrantes de la OCDE (escalón 30, de 30 posibles) no es responsable la Secretaría de Educación Pública (Lujambio dixit), ni el SNTE (Elba Esther ídem). Mucho menos el gobierno federal, para el cual “la educación “es una alta prioridad” (Calderón ibídem) y por lo mismo le recorta el presupuesto, de tal suerte que no queda otro recurso que pasar la factura a los alumnos por tan lamentable situación.

Lo anterior, desde luego, si alguien toma en serio las alegres declaraciones vertidas por distintos funcionarios en los distintos actos de carácter educativo registrados a lo largo de la semana, durante los cuales se calificó de “aceptable” que 75 de cada 100 maestros, incluida la “líder” del magisterio, carezcan de la capacitación necesaria para ocupar una plaza en el sistema educativo público; que “rasurar” la historia de México en los libros de texto no sólo es válido, sino prueba contundente de que Dios no es responsable de esas “modificaciones” (aportación laica de Lujambio); que a la epidemióloga Elba Esther Gordillo le urge un curso intensivo de dicción, y que a Felipe Calderón alguien debe enseñarle que no se dice “bien difícil” ni “bien complicado”, mucho menos en el arranque del ciclo escolar.

Pero más allá de la negación institucionalizada de la realidad nacional, el país acumula años de estancamiento en calidad educativa, porque, como en tantas otras cosas, el gobierno federal apuesta al volumen, no a la calidad, como si ambos no pudieran caminar de la mano: muchos estudiantes –especialmente en primaria–, pero con deplorable infraestructura y pésima calidad educativa; presumen millones de niños en cada arranque de ciclo escolar, pero el presupuesto se destina a salarios y prestaciones, mientras las escuelas se caen de viejas, muchos maestros registran deficiencias académicas y la mayoría de los niños asiste a clases con el estómago vacío. Y por si fuera poco, recortan los dineros públicos destinados a este sector “prioritario para el gobierno”, según el inquilino de Los Pinos, el mismo que dice que “la educación es lo que hace grande a un país y es la base más firme para que se pueda salir adelante”.

La realidad educativa en el país nada tiene que ver con la paradisiaca versión oficial. Hay que asomarse a los distintos análisis para conocer de qué se trata, como en el caso del Banco Mundial, que –junto con otros organismos internacionales– se ha dado vuelo en reprobar al país: “desde una perspectiva internacional, la calidad de la educación en México es baja, al igual que después de controlar el nivel de ingreso. El grueso del gasto se distribuye en forma inercial y el aumento en el gasto por estudiante (sólo) refleja los incrementos en salarios (magisteriales)”.

Año tras año, examen tras examen, la educación (pública y privada) que se imparte en México ocupa los últimos lugares en el contexto internacional, a pesar del incremento considerado en el presupuesto federal. A punto del reconocimiento oficial de la crisis (septiembre de 2008), la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) reveló en su Panorama de la educación 2008 que México invierte por alumno el equivalente a 2 mil 405 dólares, “con lo que se encuentra al final de los países miembros” (30 de 30), y se ubica “muy lejos de los 12 mil 788 de Estados Unidos o los 12 mil 195 de Suiza, que encabezan la lista”. Lo anterior se complica cuando la propia institución da a conocer que el porcentaje de alumnos que terminan sus estudios secundarios es de 42 por ciento, lo que también lo ubica en el último lugar, por debajo de Turquía, que tiene 51 por ciento.
Ayer, un despistado senador de la República declaró que más que “rasurar” los libros de texto gratuito, “lo que me preocupa es que más alumnos reprueben matemáticas”. Pues bien, desde muchos años atrás –con crisis oficial o sin ella– los alumnos mexicanos “reprueban matemáticas”, entre otras materias. En 2002 y 2003, por ejemplo, la OCDE advirtió que “en México más de 50 por ciento de los estudiantes tiene problemas de lectura, o en la ejecución de tareas obvias o rutinarias; esta cifra crece hasta alrededor de 70 por ciento en el caso de matemáticas”. Cuatro años después, el propio organismo informó que para el caso mexicano “50 por ciento de los jóvenes de 15 años se ubicó en los niveles cero y uno, los más bajos del rendimiento escolar en las habilidades científicas, matemáticas y de lectura, lo que significa que están poco calificados para pasar a los estudios superiores y resolver problemas elementales. Ni siquiera uno por ciento logró colocarse en el máximo nivel de las tres competencias evaluadas en el Programa Internacional para la Evaluación de los Alumnos (PISA) 2006; además, el país cayó 12 puntos en lectura y ciencias, y sólo aumentó 19 en matemáticas, si se comparan los resultados con los obtenidos en 2000. Así, México se distingue una vez más por ocupar el último lugar no sólo en ciencias, sino en las competencias lectoras y de matemáticas de las 30 naciones integrantes de la OCDE”.

Y en mayo de 2008 quedó claro que desde la primera ocasión (2000) que la OCDE practicó el Programa Internacional de Evaluación de los Alumnos en México, los resultados han sido por demás deprimentes: el nivel educativo más bajo entre los 30 países de la organización. La situación ha llegado a tal grado que hasta el responsable de dicha prueba reconoció que “el nivel educativo es tan deficiente que los jóvenes mexicanos confunden creencias populares con evidencias científicas, lo que impacta (negativamente, obvio es) en el desarrollo económico (y social) del país”.

En 2000, el enfoque de la prueba PISA se centró en la lectura, matemáticas en 2003 y ciencias en 2006. En las tres, los resultados fueron desastrosos. Sobre el particular, los informes de la OCDE advierten que más de 50 por ciento de los jóvenes mexicanos de 15 años “tiene una notoria insuficiencia para continuar con sus estudios en los niveles superiores”. Por si fuera poco, la citada organización puntualiza: “la educación privada no se relaciona en automático con mejores resultados educativos; ejemplo de ello es el caso mexicano, en el que a nivel bachillerato tanto las escuelas de paga como las públicas apenas lograron el mínimo necesario para desenvolverse en la sociedad del conocimiento… Si se toma en cuenta el tipo de sostenimiento de las escuelas, se observa que los resultados de los bachilleres que asisten a las escuelas privadas no son muy distintos de los que están matriculados en las públicas”.

Las rebanadas del pastel

Pero todo ello es “aceptable”, según dicen la epidemióloga y el politólogo del magisterio

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